Veracruz, Ver., 16 Jun-25 (VRed).- En un giro diplomático que subraya su creciente estatura internacional, México se ha sumado a la élite de naciones en la Cumbre del G7, celebrada en las majestuosas Montañas Rocosas de Canadá. Aunque no es un miembro permanente del exclusivo club de las siete economías más avanzadas, la presencia de México, por invitación expresa del anfitrión canadiense, resalta su innegable peso geopolítico y económico en el panorama global.
La decisión de Canadá de extender la mano a México, junto con potencias como Brasil, India y la Unión Africana, es una estrategia calculada para dar voz al Sur Global. No es casualidad que nuestro país haya sido elegido. Con una economía emergente que pulsa con dinamismo, un peso geopolítico ineludible en temas tan críticos como la migración, la energía y el comercio, y una participación activa en los foros multilaterales, México se erige como un puente indispensable entre mundos, capaz de influir en decisiones que trascienden sus fronteras.
Para entender la magnitud de esta invitación, es crucial recordar la naturaleza del G7. Este foro informal, que agrupa a gigantes como Estados Unidos, Alemania y Japón, carece de una estructura formal o de resoluciones legalmente vinculantes. Sin embargo, su poder radica en ser el epicentro de las discusiones entre las principales naciones industrializadas, lo que confiere a sus comunicados y acuerdos un impacto político y económico global innegable. La presencia de México en este cónclave, aunque sea como invitado, le otorga una plataforma invaluable para moldear la agenda internacional.
La Agenda Estratégica de México en el G7
La presidenta Claudia Sheinbaum, al frente de la delegación mexicana, no llega a Kananaskis simplemente a escuchar. Su agenda es ambiciosa y estratégica. Si bien México no participa en las votaciones ni en la redacción final de los comunicados, la cumbre ofrece un escenario privilegiado para intervenir en sesiones de diálogo, presentar posturas que reflejan las prioridades de una nación en desarrollo y, crucialmente, sostener reuniones bilaterales de alto nivel.
La regulación de la inteligencia artificial, las políticas globales para enfrentar el cambio climático y las propuestas sobre migración internacional y justicia económica son solo algunos de los temas que la presidenta planea poner sobre la mesa, buscando fortalecer la voz de México y contribuir a la definición de las prioridades globales.
Sin embargo, la diplomacia en Kananaskis se desarrolla bajo la sombra de tensiones crecientes. La cumbre, inicialmente planeada para limar asperezas y abordar la guerra en Ucrania, se ha visto eclipsada por la inesperada y brutal escalada entre Israel e Irán. Este conflicto ha obligado a los líderes del G7 a recalibrar su enfoque, con Canadá impulsando un llamamiento conjunto a la «desescalada» para evitar una conflagración mayor.
Además, la reunión marca el retorno de Donald Trump al escenario internacional en su segundo mandato, con un Mark Carney al frente de Canadá que ha logrado relajar las tensas relaciones bilaterales que existían con su predecesor, Justin Trudeau.
En este complejo tablero de ajedrez geopolítico, la participación de México en el G7 no es solo un reconocimiento a su trayectoria, sino también una oportunidad sin precedentes para ejercer una influencia significativa. Es la voz de una nación vibrante, con desafíos y soluciones propias, que se alza en el foro de las potencias, demostrando que el futuro de las decisiones globales se construirá cada vez más con la participación activa de economías emergentes como la nuestra.