
Valencia, España., 10 Nov-21 (Agencia).- Durante las últimas décadas, Venus ha sido el gran olvidado de la exploración espacial. Sin embargo, aún persisten numerosas preguntas sobre nuestro planeta vecino, muy similar en muchos aspectos a la Tierra.
Una de ellas es qué hizo que Venus se convirtiera en el mundo infernal que actualmente es. Resolver esa pregunta no solo iluminaría la historia del sistema solar, sino que ayudaría a investigar la habitabilidad de varios exoplanetas.
Tras años mirando a Marte, la NASA y la ESA han aprobado este año tres misiones a Venus. Durante la década de 2030, VERITAS, DAVINCI+ y EnVision estudiarán con un detalle sin precedentes la atmósfera y la superficie de nuestro planeta vecino.
Como muchos niños, Sue Smrekar soñaba con viajar algún día al espacio. Pero en vez de convertirse en astronauta, acabó siendo geofísica planetaria en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA y trabajando en los exploradores robóticos de otros mundos. En cierto modo, su destino interplanetario parecía fijado incluso desde antes de nacer: su padre procede de una comunidad rural de Pensilvania llamada Venus.
Curiosamente, la primera misión en la que trabajó Smrekar fue la de un orbitador en torno a Venus: la sonda Magallanes, de la NASA. Lanzada en 1989, esta misión contaba con un sistema de radar que oteó bajo las espesas nubes del planeta para cartografiar por vez primera toda su superficie. Smrekar recuerda el momento en que comenzaron a llegar las imágenes de radar, las cuales revelaban un mundo extraño cubierto por unos pocos cráteres, una miríada de volcanes y llanuras onduladas de lava congelada. Los datos de Magallanes avivaron la que se ha convertido en una de las mayores preguntas abiertas de las ciencias planetarias: ¿qué llevó a Venus, el segundo planeta más cercano al Sol y casi un gemelo de la Tierra en cuanto a su tamaño y composición, a un estado tan apocalíptico? ¿Por qué dos planetas vecinos y similares poseen historias tan asombrosamente divergentes?
La exploración de Magallanes concluyó en 1994, y desde entonces la NASA no ha vuelto a enviar una misión específica a Venus. Pero justo cuando Smrekar y sus colaboradores comenzaban a abordar los misterios recién desvelados del planeta, unas sensacionales afirmaciones sobre la posible existencia de vida en Marte atraparon al público. Hoy, un cuarto de siglo después, gran parte de la comunidad global de planetólogos sigue enfrascada en la hasta ahora infructuosa búsqueda de vida marciana. Entretanto, Venus —un páramo ácido, abrasador, árido y presumiblemente sin vida— cayó en el olvido.
Eso cambió el pasado junio, cuando la NASA anunció las nuevas misiones interplanetarias que había seleccionado para formar parte de su programa Discovery. La agencia había tomado en consideración cuatro misiones: una para visitar una luna de Neptuno, otra que planeaba un encuentro con un satélite joviano, y dos proyectos independientes, denominados DAVINCI+ y VERITAS, que pretendían retornar a Venus.
«Deseamos con todas nuestras fuerzas romper la “maldición de Venus”», manifestó Smrekar, investigadora principal de VERITAS, antes del anuncio. Ella y sus colegas esperaban que la NASA diera luz verde a una única misión a Venus. En cambio, y para sorpresa de Smrekar, la agencia recompensó tanto a VERITAS como a DAVINCI+. Las dos misiones son complementarias y están diseñadas para estudiar la habitabilidad pasada del planeta. Por primera vez en tres décadas, la NASA había decidido volver a Venus. Y no una, sino dos veces.
Las buenas noticias siguieron llegando. Apenas una semana después de la esperada decisión de la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) proclamó que EnVision, un orbitador diseñado para realizar estudios científicos en determinadas regiones del planeta, se uniría a la exploración. Había comenzado el renacimiento de Venus.