César Augusto Ordoñez López: La sociedad de Schrödinger

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César Augusto Ordoñez López, historiador y articulista.
César Augusto Ordoñez López, historiador y articulista.

En circunstancias difíciles y en la adversidad, el ser humano crea brechas y emprende trayectorias divergentes y se involucra positivamente en acciones que juzga oportunas y posiblemente virtuosas. (Sadin 2018)

En 1935 Erwin Schrödinger expuso una paradoja conocida como el gato de Schrödinger en el que en una caja se encuentra un gato, una partícula con el 50% de posibilidades de activar un mecanismo que libera veneno, pero hasta que abramos la caja sabremos si el gato está vivo o muerto, mientras se mantenga cerrada el gato este «vivo y muerto». La paradoja es la expresión del principio de indeterminación o de incertidumbre con la que se expone que no se puede medir a la vez velocidad, ubicación y tiempo, pero que se pueden conocer las probabilidades de la trayectoria o de ubicación de las partículas utilizando la ecuación de Schrödinger (el asunto es más complejo y detrás de esa posibilidad están varios físicos clásicos y cuánticos). Dos elementos debemos recuperar de esta premisa: el primero, estar “vivo y muerto al mismo tiempo” y el segundo, que la ciencia ha posibilitado mejorar las condiciones de vida o no de la humanidad.

Si bien, las matemáticas han contribuido a proyectar el impacto de 29 903 nucleolitos, estos requieren de ciencia para ubicar su posición a través del portador. De otra manera, el problema estará latente en las sociedades liberales/libertarias donde las decisiones no se asumen desde la verticalidad. La sociedad confinada sabrá su condición hasta que salga y tendrá que asumir la normalización de la muerte creciente visibilizada por el coronavirus.

Hasta el desconfinamiento, sabremos si estamos vivos o muertos, estar confinados será la alternativa de más de 10 millones de mexicanos mayores de 60 años, más de 4 millones de diabéticos, más de 120 mil personas con cáncer, 31 millones de hipertensos. En todo caso, tendremos que estar vivos y muertos, de la misma manera que han vivido las personas que buscan el reconocimiento de sus derechos y el trato igualitario; así deben sentirse las familias y las mujeres cuando se invisibiliza los 15 mil 804 asesinatos de mujeres cometidos entre 2015 y 2019; igual deben sentirse en estado de contingencia miles de mujeres y hombres, femeninos o/y masculinos que caminan confinados.

Así, que tendremos que normalizar la angustia y pensarnos “vivos y muertos”; una manera de hacerlo será aprendiendo a ejercer nuestro derecho a la plenitud humana a través de una educación sistémica, la exigencia de equidad y justicia. El virus, nos lleva a comprender que es el resultado de una evolución convergente con capacidad de recombinación y adaptación; que lo único que le queda al “caballo negro de la pandemia” no es justificar desde la metodología sino desde el principio que explica un modelo para encontrar las formas de hacer consientes a las personas de que estar “vivo y muerto” es una alternativa que requiere de adaptación; al final podrá desplazar la responsabilidad a la sociedad.

Para adaptarse será necesario aprender de los que están confinados o no; para ello es necesario conocer la realidad y codificar el aprendizaje. Quizá por eso es que uno de los temas emergentes que inunda las redes es: la educación y el coronavirus, los escenarios actuales y futuros, si los alumnos están en condiciones de aprender y los docentes de “enseñar” y de aprender, si sabemos o no utilizar los medios, si hemos logrado visualizar la inmediatez del aprendizaje. Lo cierto es que las plataformas de pago, muestran toda la potencialidad del manejo del conocimiento y de la inteligencia artificial, que guía formas de aprendizaje no formales e impulsan habilidades que pueden estar o no distanciadas de la realidad pero que exigen una toma de decisión inmediata o crean las condiciones para decidir. Una de las apreciaciones pre-pandemia era que las formas de aprendizaje informales subyacentes en la sociedad del conocimiento habían invadido con cierta efectividad las dinámicas de enseñanza, limitando con ello los procesos de aprendizaje. Estamos de este lado, intentando equiparar a los complejos industriales que han logrado que el sujeto asuma pertenencia a las dinámicas lúdicas; intentamos que el aprendizaje sea significativo, pero pensando en los contenidos y, posiblemente, visualizando que nos estamos enrolando en formas precarizadas de trabajo académico por mencionar sólo esta dimensión.

Así, desde ese principio de incertidumbre, debemos aprender a caminar confinados y en contingencia, pues nuestro horizonte se compone de 7.788.249.230 habitantes en el mundo y contando, 24 millones de muertes y contando, más de dos millones de hectáreas desforestadas en lo que va del año, 15.013.812.344 de toneladas de emisiones de CO2, 843.408.275 personas desnutridas en el mundo, 41.831.903 personas con VIH, 1.809.675.900 litros de agua consumidos en lo que va del año. Es necesario impulsar formas colmenarias de aprendizaje (Moulier, 2012); horizontalización de compromisos, relaciones económicas, financieras y sociales de solidaridad basadas en la empatía y la confianza y mayor inversión pública en ciencia, tecnología y educación, pues como lo han mostrado el desconfinamiento en el mundo, la población asintomática seguirá realizándose en su plenitud cotidiana.

Aguurrr

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